Este 5 de octubre se celebra a uno de los espías más famosos del cine. Es el Día Mundial de James Bond. La fecha es para recordar el estreno de la primera película de la saga en 1962: Dr. No, protagonizada por Sean Connery. El día también recuerda a un científico checoslovaco que en 1983 (en esa época todavía existía Checoslovaquia) bautizó un asteroide como 9007 James Bond. El cuerpo celeste fue descubierto por Antonín Mrkos también un 5 de octubre, hoy hace 40 años.
Las películas de Bond están basadas en una serie de novelas escritas desde principios de los años cincuenta por Ian Fleming, un inglés que había sido, entre otras cosas, espía en la Segunda Guerra Mundial.
A principios de la década del sesenta, Harry Saltzmann y Albert Broccoli, dos productores cinematográficos le propusieron a Fleming, autor de una decena de novelas y otras tantas nouvelles protagonizadas por un agente secreto británico llamado James Bond, llevar el personaje al cine. Se pusieron de acuerdo bastante rápido. Lo que les costó fue decidir qué historia sería la primera que filmarían porque la idea de todos era crear algo que casi no existía en la época: una franquicia. A todos, la mejor opción les pareció Thunderball pero se terminaron inclinado por El Satánico Dr. No porque era más barata de filmar. Consiguieron guionistas y a Terence Young como director. Pero les faltaba lo más importante, el actor, el que encarnaría a esa agente capaz de todo.
James Bond logró un giro definitivo en el cine de acción. Connery se convirtió en el arquetipo del actor de acción. Controlado, glamoroso, feroz, seductor. El concepto de las películas de Bond se centra en pocos elementos: acción, elegancia, gadgets, autos lujosos, mujeres (su mirada de la mujer como objeto ornamental en los primeros films no pasaría el escrutinio de esta época. Pero sin Connery no hubiera existido la franquicia.
Naturalmente, eso no sucedió en 1962 ante la filmación de la primera película. Pero a partir de ella, de El Satánico Dr. No, un actor que le preste el cuerpo a Bond tiene que tener de todo. La combinación perfecta de prestancia y calidez, elegancia, sensualidad y peligro; virilidad y onda; destreza física e impavidez; belleza, credibilidad y una pequeña e infaltable cuota de maldad.
Alguna vez Pierce Brosnan dijo: “Son más los hombres que caminaron por la luna que los que interpretamos a James Bond”. La frase, además de su ingenio, demuestra la condición especial de ser Bond. Pero, sin el menor lugar a dudas, más allá de los valiosos aportes posteriores de Roger Moore a Daniel Craig, el imperio se fundó en Sean Connery.
Por un lado eso les aseguraría que el espectador sólo estuviera viendo a James Bond y no a otros personajes que interpretó ese actor; por el otro, además de las cuestiones presupuestarias, se imponía una razón de orden práctico, económico: un actor consagrado no aceptaría firmar contrato para varias películas. Tanto Broccoli como Saltzmann seguían con la idea de continuar al personaje. El material ya lo tenían: las novelas de Ian Fleming
Luego de desechar varias opciones, se reunieron con Connery. Al verlo entrar a la oficina todos se dieron cuenta que así debía caminar James Bond. Al terminar la reunión, James Bond ya tenía cara. Aunque Fleming todavía no estaba conforme. “¿Es el actor ideal para Bond?”, preguntó. “Es lo mejor que pudimos encontrar”, le respondieron urgidos por los plazos de rodaje.
Sean Connery sólo se opuso a la cláusula que le exigía varios films pero al final debió ceder. Sus experiencias como actor contratado por un gran estudio durante la década del cincuenta habían sido malas. Se había sentido esclavizado y no deseaba repetir la experiencia. Pero el encanto del popular agente secreto lo convenció.
Ian Fleming, el escritor inglés que creó las novelas de James Bond
Sean Connery dejó su huella también en el Bond literario. Ian Fleming escribió sus últimas tres novelas luego del estreno de El Satánico Dr. No. Así que el James Bond de papel adoptó algunas características del cinematográfico. No sólo el sarcasmo, hasta le dio un origen escocés como un guiño al actor. El escritor disfrutó poco del suceso de su personaje en pantalla grande. Murió en 1964.
Después llegaron de a una por año. De Rusia con amor (1963), Goldfinger (1964), Thunderball (1965). Una más exitosa que la otra. La recaudación se multiplicaba con cada estreno. Cada temporada los fans esperaban las aventuras de su personaje favorito que ya estaba asentado y que en cada aventura fijaba nuevas reglas para el cine de acción.
Pero con el éxito llegaron los problemas. Connery veía que los productores se llenaban de dinero pero él no. Y el contrato de exclusividad lo tenía maniatado. Logró que le dieran permiso para actuar en Marnie de Alfred Hitchcock pero no mucho más. Sus exigencias cada vez eran mayores. Detrás de cámaras quería a Terence Young, el director de las primeras de la saga. Y más dinero. No podía entender como, por ejemplo, Dean Martin con Matt Helm, una copia desganada de Bond, hacia más dinero que él. Consiguió mejoras salariales pero a un costo alto: dos películas más de 007.
También exigía status de productor y poder de decisión en cuanto al guión, al director y a la integración del resto del elenco. Al fin y al cabo, James Bond era él. Pero Saltzmann y Broccoli no querían ceder parte del gran negocio que tenían entre manos. Sean Connery, aprovechó que la filmación de Sólo se vive dos veces (1967) había sido problemática (y sus resultados en taquilla habían decrecido por primera vez desde el comienzo de la serie de films) y anunció que se bajaba. Los mandó a buscar a otro James Bond. Si llegaban a encontrar uno.
La búsqueda fue larga e intensa pero desafortunada. George Lanzeby sólo filmó una película y sufrió el escarnio público. Parecía que la gran franquicia del cine moderno había muerto definitivamente. Quedaba una posibilidad: una vez más ir en busca de Connery.
Su carrera posterior a Bond no había sido tan exitosa como él había supuesto; sin embargo era un nombre importante en el mundo del cine. El solo hecho de ser llamado de nuevo, de que los productores desearan seducirlo pese a lo mal que había terminado la relación, modificaba el equilibrio de relaciones. Sean Connery lo aprovechó. Exigió la mayor paga que recibió un actor hasta el momento: 1.250.000 dólares. Pero anunció que los donaría en su totalidad para iniciar una fundación dedicada a la educación en Escocia, su país natal. Pero eso no fue todo. También se aseguró un porcentaje de las ganancias y voto en las decisiones principales de la película. Esta combinación lo convirtió en el actor mejor pago por varias décadas.
Roger Moore and Maud Adams in «Octopussy» (1982)Photo by: United Artists/Shooting Star *** Please Use Credit from Credit Field ***
La película fue Los Diamantes son eternos que tuvo buenas recaudaciones pero fría recepción crítica. Era hora de un nuevo Bond. Roger Moore llegaría para quedarse un buen tiempo.
La última vez que Connery se calzó el esmoquin de Bond fue en 1983, más de veinte años después de su debut. Fue un momento raro. Durante ese 1983 se produjo “La Batalla de los Bonds”. Por un lado, se estrenó Octopussy, la sexta de Roger Moore como 007. Poco después lo hizo Nunca digas nunca jamás, un bond extraoficial (es decir no producido por Broccoli y Saltzmann) pero protagonizado por séptima vez por Sean Connery.
Así, con esta última aparición, Sean Connery abandonó para siempre a James Bond. Ya había hecho con él todo lo que tenía que hacer. La franquicia seguiría su camino y se mantiene vigente hasta hoy en un extraordinario caso de longevidad y capacidad de adaptación.