Cuando Kamala Harris suba al escenario de la Convención Nacional Demócrata en Chicago esta semana como candidata presidencial del partido, lo hará sabiendo que muchos de los asistentes que la aplauden y ovacionan algún día la desestimaron.
Harris, de 59 años de edad, ha enfrentado años de dudas por parte de algunos miembros de su partido sobre su capacidad para postularse al cargo político más importante de Estados Unidos, incluyendo las del presidente Joe Biden, con quien sigue trabajando como vicepresidente.
Desde que reemplazó a Biden como candidata demócrata a mediados de julio, Harris ha visto una ola de entusiasmo por su candidatura, reflejada en las encuestas, la recaudación de fondos y las enormes multitudes que han salido a encontrarla en los mítines en todo el país.
Pero nunca se consideró que el impulso político y la energía que ha generado en las últimas semanas entre los demócratas estuvieran garantizadas.
Después de fracasar en una breve candidatura presidencial en 2019, comenzó su vicepresidencia de forma inestable, acosada por tropiezos en entrevistas de alto perfil, reemplazos de personal y bajos índices de aprobación.
Y durante los últimos tres años y medio en la Casa Blanca, ha luchado para abrirse paso entre los votantes estadounidenses.
Los asesores y aliados dicen que en los años transcurridos desde esas primeras luchas, Harris ha agudizado sus habilidades políticas, ha creado coaliciones leales dentro de su partido y ha ganado credibilidad en cuestiones como el derecho al aborto que dinamizan a la base demócrata.
En otras palabras, se ha estado preparando para un momento exactamente como este.
El jueves, cuando acepte formalmente la candidatura demócrata, Harris tiene la oportunidad de volverse presentar en el escenario nacional a menos de 80 días de una elección que podría convertirla en la primera presidenta del país.
Al mismo tiempo, tendrá que demostrar que es capaz de liderar un partido que nunca la vio como su líder natural y que sigue dividido por la guerra de Israel en Gaza.
Pero, sobre todo, tendrá que disipar cualquier duda persistente entre los fieles demócratas de que puede afrontar el desafío de derrotar al expresidente Donald Trump en lo que sigue siendo una contienda reñida e impredecible.
El camino a la Casa Blanca
Antes de que Kamala Harris se convirtiera en una figura nacional, la ex fiscal de distrito de San Francisco y fiscal general de California se había forjado una reputación de estrella en ascenso en el partido, consiguiendo el apoyo del presidente Barack Obama en su campaña de 2010 para convertirse en la principal abogada de ese estado.
Pero quienes siguieron de cerca su carrera vieron un historial mixto.
Como fiscal, se enfrentó a la indignación pública por negarse a solicitar la pena de muerte para un hombre condenado por matar a un joven policía.
Y luego, como fiscal general, su oficina defendió ante los tribunales la aplicación de la pena de muerte en es estado, a pesar de su oposición personal.
Tras alcanzar la cima de la política estatal de California, fue elegida para el Senado la misma noche en que Donald Trump derrotó a Hillary Clinton en la elección presidencial de 2016.
En su breve mandato, fue noticia por el cuestionamiento mordaz y directo que le hizo al juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh durante sus tensas audiencias de confirmación de 2018.
“¿Puedes pensar en alguna ley que le dé al gobierno el poder de tomar decisiones sobre el cuerpo masculino?”, le preguntó al juez nominado por Trump, en un intercambio que se propagó por las redes sociales y los programas de televisión nocturnos.
Al igual que Obama, era una senadora joven de ambición ilimitada. A mitad de su primer mandato, lanzó una campaña presidencial.
Esa campaña, como esta, fue recibida con gran fanfarria. Más de 20.000 personas se reunieron en su ciudad natal de Oakland, California, para su lanzamiento.
Pero su esfuerzo por convertirse en la candidata demócrata fracasó y colapsó antes de que se emitiera la primera votación de las primarias presidenciales.
Harris no logró forjarse una identidad política clara ni distinguirse en un campo de rivales que incluía a Biden y al senador de izquierda Bernie Sanders.
Los críticos dijeron que apoyaba una variedad de políticas progresistas, pero parecía carecer de una convicción clara.
Un momento decisivo en un debate de junio de 2019, en el que desafió el historial de su entonces oponente Biden sobre la desegregación racial en las escuelas, resultó en un breve aumento en las encuestas.
Harris atacó a Biden por un momento anterior de la campaña en el que recordaba con cariño haber trabajado con dos senadores segregacionistas y lo acusó de oponerse al transporte de estudiantes en autobús entre las escuelas para ayudarlos a integrarse.
“Había una niña en California que formaba parte de la segunda generación que integraba sus escuelas públicas, y la llevaban en autobús a la escuela todos los días”, dijo Harris. “Y esa niña era yo”.
Pero las luchas internas de la campaña y la indecisión sobre qué temas enfatizar finalmente hundieron su candidatura presidencial.
La campaña estuvo marcada por «muchos errores de novato», dijo Kevin Madden, asesor de las campañas presidenciales de 2008 y 2012 del republicano Mitt Romney.
«La sustancia que necesitaba tener para pasar la prueba de comandante en jefe y realmente llenar algunos de los espacios en blanco para los votantes, simplemente no estaba allí y, como resultado, sus oponentes llenaron los espacios por ella».
Ocho meses después, Biden dejó de lado su rivalidad en las primarias y anunció a Harris como su compañera de fórmula.
Se convirtió en la primera mujer de color en ser nominada para ese puesto y, en enero de 2021, la primera vicepresidenta en la historia de Estados Unidos.
Un comienzo difícil
Habían pasado cinco meses en su trabajo como vicepresidenta de Biden cuando Harris sufrió su primer tropiezo público durante un viaje al extranjero.
El viaje a Guatemala y México tenía como objetivo mostrar su papel en la búsqueda de iniciativas económicas para frenar el flujo de migrantes desde Centroamérica hacia la frontera sur de Estados Unidos, una misión de política exterior que le asignó Biden.
Pero rápidamente se vio eclipsado por un incómodo intercambio en una entrevista con Lester Holt de la cadena NBC, en la que desestimó las reiteradas preguntas sobre por qué aún no había visitado la frontera entre Estados Unidos y México.
Después, durante una conferencia de prensa con el presidente guatemalteco Alejandro Giammattei, Harris intentó retomar la narrativa y lanzó un mensaje contundente a los migrantes que estaban pensando en llegar a Estados Unidos. “No vengan”, les dijo. “No vengan”.
Si bien la entrevista de NBCalimentó los ataques republicanos que continúan hasta el día de hoy, los comentarios que siguieron provocaron la ira de los progresistas y fueron rápidamente criticados en las redes sociales, a pesar de que otros funcionarios de la administración habían hecho eco de la misma retórica.
Los aliados de la vicepresidenta culparon a la Casa Blanca de no haberla preparado adecuadamente y de asignarle un asunto imposible de ganar.
Se quejaron de que, como la primera mujer afroamericana y asiático-americana que ocupaba el cargo de vicepresidenta, se le habían impuesto expectativas desmesuradas desde el comienzo mismo de su mandato, lo que le había dado poco tiempo para adaptarse.
“Al principio, había una presión inmensa para que tuviera todo bajo control”, dijo un ex asistente al que se le mantuvo anónimo para que hablara con franqueza sobre su tiempo en la Casa Blanca.
En los meses siguientes, Harris soportó un mayor escrutinio al enfrentarse a varios reemplazos de personal, una serie de titulares negativos sobre su desempeño y apariciones decepcionantes en los medios.
Acorralada por las restricciones de la covid, sus compromisos públicos estaban limitados, lo que alimentó la percepción de que era invisible.
Cuando los críticos la etiquetaron como utilería por pararse detrás de Biden en las ceremonias de firma de proyectos de ley -como hacían habitualmente sus predecesores blancos en el cargo-, se tomó la decisión de eliminarla por completo de esos eventos, según sus asistentes, lo que desencadenó más críticas por su ausencia.
“La gente esperaba verla como vicepresidenta como si fuera Michelle Obama, pero estaba desempeñando un trabajo… creado para Al Gore o Mike Pence”, señaló Jamal Simmons, un veterano estratega demócrata que fue contratado como su director de comunicaciones durante el segundo año.
Roe vs Wade y la política de coalición
Mientras su equipo buscaba mejorar su mala imagen pública, Harris asumió un papel más importante en la política exterior.
Viajó a Polonia tras la invasión a gran escala de Rusia en Ucrania en 2022, mantuvo reuniones bilaterales en Asia en medio de tensiones intensificadas con China y sustituyó a Biden en la Conferencia de Seguridad de Múnich ese mismo año.
Pero en mayo de 2022, un terremoto político reconfiguraría la trayectoria de su vicepresidencia.
En un hecho inusual en la Corte Suprema, se filtró el borrador de un documento que reveló planes para revocar la histórica sentencia Roe vs Wade, que había protegido el derecho federal de las mujeres estadounidenses al aborto durante casi medio siglo.
Harris aprovechó la oportunidad de ser la mensajera principal en un tema que Biden,un devoto católico irlandés que evitaba incluso pronunciar el término «aborto», se resistía a reconocer.
«¿Cómo se atreven? ¿Cómo se atreven a decirle a una mujer lo que puede y no puede hacer con su propio cuerpo?«, le dijo a la multitud en un evento en defensa del derecho al aborto el mismo día en que se publicó la filtración explosiva, decidiendo atacar a los principales jueces del país antes de que se publicara oficialmente su decisión.
El tema resultó ser una fuerza impulsora para los votantes en las elecciones de medio término unos meses después, ayudando a los demócratas a obtener mejores resultados de lo esperado en el Congreso y el Senado.
En su afán por convertirse en la voz líder de la administración en materia de aborto, Harris abordó el tema con “claridad de propósito”, afirmó Rachel Palermo, quien fue su asesora durante mucho tiempo.
Convocó a legisladores estatales, líderes religiosos, expertos en derecho constitucional, proveedores de atención médica y defensores para discusiones de mesa redonda.
Fue una medida que algunos activistas criticaron por no estar a la altura de la seriedad del momento, pero fue parte de una estrategia de construcción de coaliciones en la política local y estatal que también ayudó a sentar las bases para cualquier futura candidatura presidencial.
Harris, que pasó la mayor parte de su carrera navegando por la complicada mezcla de política liberal y tradicional demócrata de California, sabía que cada evento importaba.
Cada reunión, oportunidad para fotografiarse o cena, ya fuera con líderes empresariales negros o directoras ejecutivas hispanas, fue rastreada por su equipo en hojas de cálculo detalladas que podía utilizar cuando llegaba el momento de pedir apoyo a una red política profunda.
“Ella construyó una operación para movilizarse de acuerdo a cómo ve la política, que son las coaliciones”, declaró un alto funcionario.
Harris siempre tuvo en mente una candidatura para la Casa Blanca en 2028, como sucesora natural de Joe Biden, suponiendo que éste ganara un segundo mandato en las elecciones de 2024.
Sin embargo, a medida que aumentaban los rumores sobre la sustitución de Biden tras su actuación vacilante en el debate de finales de junio con Donald Trump, algunos demócratas la ignoraron abiertamente.
Ellos, y muchos expertos, sugirieron a gobernadores populares como Gavin Newsom de California, Josh Shapiro de Pensilvania o Gretchen Whitmer de Michigan como mejores sustitutos que podrían motivar a los votantes y luchar contra Trump.
El 21 de julio, Biden llamó por teléfono a Harris para contarle sus planes de abandonar la carrera y apoyarla como su sucesora.
Fue una decisión que tomó por sorpresa a muchos de sus aliados más cercanos, pero ella entró en acción.
En el transcurso de 10 horas de ese domingo, llamó a más de 100 funcionarios del partido, miembros del Congreso, líderes sindicales y activistas.
En cuestión de días, todos los rivales potenciales, incluidos los poderosos gobernadores, se habían alineado y estaba claro que ella aceptaría el cargo demócrata sin ningún desafío serio.
Como candidata, la vicepresidenta aún no ha presentado una agenda política detallada ni se ha sentado para una entrevista difícil con los medios.
El viernes publicó un plan económico en el que pide recortes de impuestos para las familias y un impulso más amplio para limitar los precios de los medicamentos, su visión más detallada para el país hasta ahora.
Aunque los republicanos la acusan de evitar el escrutinio, el equipo que la rodea no ve ninguna prisa en cortar el impulso que ha construido durante el último mes.
Los estrategas políticos dicen que la campaña hace bien al sacar provecho del “subidón de azúcar”.
«Lo que está experimentando Kamala Harris es una enorme demanda acumulada para que la gente vote por cualquiera que no se llame Biden o Trump», afirmó Madden, el ex asistente de Romney y estratega de comunicaciones republicano.
«Pero la prueba siempre viene con la exposición a entrevistas, la prensa, debates y el duro resplandor de una campaña», agregó.
Douglas Brinkley, un historiador presidencial que ayudó a organizar una reunión de historiadores en la residencia oficial de Harris el año pasado, dijo que el hecho de que ella haya sido una pizarra en blanco para los votantes es más un beneficio que una carga.
«Puede que ella no haya podido florecer plenamente con Biden, pero nunca tuvieron desacuerdos importantes», dijo.
«Así que pudo posicionarse para este momento y puede tomar lo bueno de los años de Biden y deshacerse del lastre, de lo que quiere o con lo que está ligeramente en desacuerdo».
Aunque su entrada ha provocado una avalancha de apoyo entre los demócratas, no está claro si puede traducir eso en un apoyo mucho más amplio.
Si bien Harris ha logrado algunos avances con grupos demográficos clave que se habían alejado de Biden (votantes negros, latinos y jóvenes en particular), está rezagada en otros distritos electorales que conformaron su coalición ganadora de 2020.
Las encuestas recientes la colocan por delante o empatada con Trump en seis de los siete estados en disputa, según una encuesta de Cook Political Report publicada el miércoles.
En mayo, cuando Biden todavía era el candidato demócrata, Trump iba por delante o empatado en los siete estados.
“Nací con cinturón de seguridad”
El discurso del jueves en la convención demócrata es el momento más importante en la carrera política de Kamala Harris.
Si bien la convención republicana sirvió como coronación para Trump, quien fue nominado como candidato de su partido por tercera vez consecutiva, el repentino ascenso de Harris significa que su discurso será visto como un momento crucial para definir quién es ella realmente.
Si bien ya estuvo en el escenario antes, un asistente de alto rango dijo que el discurso se centrará más en su historia personal que los nominados anteriores.
“Esta es la parte del por qué de la conversación. ¿Por qué se postula para presidente? ¿Cuál es su visión para el país?”, afirmó Simmons, su ex director de comunicaciones.
“Eso ayudará a unir todos los hilos de su política y vida política de forma que tengan sentido para la gente”.
Pero en el transcurso de cuatro días, Harris necesitará afinar su mensaje sobre el crimen, la inflación, la economía y la inmigración, temas que la campaña de Trump atacará implacablemente desde ahora hasta el día de las elecciones.
Whit Ayres, un veterano estratega republicano, señaló que Harris también tendrá que aclarar en algún momento las posiciones de tendencia izquierdista que adoptó en 2019 durante su fallida candidatura presidencial.
«Su mayor vulnerabilidad es que hay muchas pruebas de que es una liberal de San Francisco con todo un conjunto de posiciones políticas de extrema izquierda que están fuera de la corriente principal del pensamiento estadounidense, y aún no ha tenido que responder por ellas», dijo.
También se enfrentará a protestas por las acciones de Israel en Gaza, un tema polarizador que ha dividido políticamente al partido.
Harris ha sido más enérgica que el presidente Biden en sus llamados a un alto el fuego y la condena de las muertes de civiles, pero no ha vacilado en el firme apoyo de la administración a Israel, una postura que corre el riesgo de alienar al ala progresista del partido.
«La forma en que se posicione [sobre Gaza] será su mayor reto», afirmó Brinkley, el historiador presidencial.
Aun así, los aliados y asesores que la han estado preparando durante la última semana sostienen que ha construido las bases para una carrera presidencial durante los últimos cuatro años, a veces accidentados, incluso si pocos esperaban que realmente se encontrara en esta posición en este momento.
«La oportunidad es preparación combinada con un poco de suerte y yo no caracterizaría esto como suerte, porque nadie quería que fuera así, pero ciertamente estaba preparada para afrontar el momento en que surgiera la oportunidad», expresó un asesor político de alto nivel.
Susie Tompkins Buell, donante demócrata y cofundadora de Esprit y The North Face, que conoce a Harris desde los años 90, señaló que no le sorprendió el desempeño de Harris en las últimas semanas.
En los días posteriores a la actuación vacilante de Biden en el debate, asistió a un evento con la vicepresidenta y dijo que podía notar que se avecinaba un cambio.
Después de decirle a Harris que se abrochara el cinturón de seguridad, Buell dijo que la futura candidata demócrata bromeó: «Nací con cinturón de seguridad».
«Me gustó su respuesta», afirmó Tompkins Buell, quien ayudó a Harris a obtener US$12 millones en una recaudación de fondos en San Francisco a principios de este mes. «Fue repentino y dio justo en el clavo. Ella está lista».
Lea además: La UE advierte de “una grave crisis” en Venezuela si no se verifican los resultados