Con más de 55 millones de casos en todo el mundo, el Alzheimer es el tipo de demencia más común con una prevalencia de 1 de cada 10 personas mayores de 65 años. En España, en torno a 800.000 personas conviven con la enfermedad, aunque podrían ser más.
En los últimos años, los profesionales de la salud han alertado de la urgencia de mejorar el diagnóstico y reducir los tiempos, pues el retraso desde la aparición de los primeros síntomas supera en ocasiones los dos años.
Los especialistas de la Sociedad Española de Neurología (SEN) alertan de que más de la mitad de los casos de Alzheimer no se diagnostican hasta que paciente ha desarrollado una fase moderada de la enfermedad, y que entre el 30 y el 50% de las personas que padecen algún tipo de demencia no llegan a ser diagnosticadas formalmente. Esta realidad pone sobre la mesa el alto infradiagnóstico de esta demencia, especialmente cuando todavía es leve.
Mejorar los tiempos de diagnóstico del Alzheimer es crucial para comenzar cuanto antes los tratamientos de los que se dispone actualmente, lo que permite además que el paciente participe de forma activa en la toma de decisiones en torno a su cuidado.
“En los últimos años se han dado grandes avances en las técnicas diagnósticas de imagen y de diagnóstico bioquímico. Hasta hace poco, estas pruebas bioquímicas requerían de una punción lumbar para la obtención de líquido cefalorraquídeo. Pero en los últimos años, gracias a mejoras tecnológicas, empezamos a disponer de marcadores de la enfermedad de Alzheimer en sangre”, explica la doctora Raquel Sánchez del Valle, Coordinadora del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la SEN.
En España, cada año se diagnostican 40.000 nuevos casos de Alzheimer, por lo que la inversión en estas pruebas diagnósticas en sangre, pueden permitir “mejorar los tiempos de diagnóstico de esta enfermedad, de forma inicial y de manera certera, mientras que hasta hace muy poco solo se podía hacer de forma clínica, es decir, en base a los síntomas y cuando estos ya estaban avanzados”. Más aún si se tiene en cuenta que el Alzheimer “supone el 12% del total de años vividos con discapacidad debido a una enfermedad”.
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que provoca la formación de depósitos de ciertas proteínas, como la tau y la beta amiloide, que van dañando el cerebro.
Este se va encogiendo a la vez que las neuronas cerebrales van muriendo, lo que deteriora gradualmente capacidades como el pensamiento, el lenguaje, la memoria, en definitiva, las habilidades sociales.
La neuróloga Miriam Emil Ortíz ha redactado un curso con una serie de pautas para retrasar la enfermedad del Alzheimer
Lo último en tratamientos para el Alzheimer
El Alzheimer no tiene cura, de momento, pero los investigadores de todo el mundo trabajan desde hace décadas en el desarrollo de un tratamiento. Tras más de dos décadas sin grandes novedades, en este último año científicos de Estados Unidos, Reino Unido, Japón o China han comenzado a probar ciertos fármacos que han sido aprobados por los respectivos gobiernos tras demostrar su capacidad de ralentizar el avance de la enfermedad. Medicamentos como lecanemab o donanemab podrían ser el pistoletazo de salida para el desarrollo de medicamentos más eficaces que consigan parar totalmente la progresión del Alzheimer.
No obstante, el comité asesor de la Agencia Europea del Medicamento (EMA) desaconsejó la aprobación de lecanemab en la Unión Europea por un balance riesgo-beneficio en cuanto a sus efectos secundarios, “a diferencia de comités asesores de otras agencias reguladoras y a pesar de que diversas sociedades científicas europeas consideran que se puede aumentar la seguridad de estos fármacos excluyendo a los pacientes con mayor riesgo de complicaciones”.
Según la doctora Sánchez del Valle, “si bien es cierto que la eficacia probada actual está, por el momento, restringida en el tiempo y limitada a un ensayo clínico, no hay otra forma de evaluar a largo plazo la eficacia y la seguridad real sin realizar un registro exhaustivo de los pacientes que puedan recibir esta medicación en un escenario clínico habitual. La no aprobación por parte de la EMA, dejaría a los pacientes de la Unión Europea sin posibilidad de recibir estos fármacos, y colocaría a los centros europeos a la cola en la innovación e investigación en este campo”.